martes, 20 de marzo de 2012

Mine, capítulo 11.

 
     Mine, capítulo 11. "Rota".
Mamá está en la cocina mientras yo llego y atravieso la sala.
--¿Cómo te fue?--Pregunta.
--Bien.
Pero en verdad estaba esperado llegar a mi cuarto y ponerme a llorar. O a vomitar. El punto es que no me siento bien.
--¿Dónde están los chicos? ¿No los invitaste a entrar?
Cuando miro hacia atrás, miro a mi mamá parada en la puerta, asomándose hacia afuera.
--Tenían que hacer mucha tarea.
La verdad es que no se me ocurrió invitarlos. Y es que no los quiero aquí.
--Oh, es una lástima.
Cierra la puerta.
--Sí...
Me doy la vuelta para subir las escaleras, cuando mi madre abre la boca:
--Tu padre ha llamado.
Siento esa sensación de que estoy enferma.
 Llega una memoria a mi cabeza. Es una de las salidas que he tenido con él. Una de las últimas, cuando él me llamó después de que decidiera irse. Me llamó, y dijo que no quería perder comunicación conmigo. Y yo le creí.
 Cuando llegamos a ese restaurante, pasó la noche criticándome acerca de cómo mis calificaciones habían bajado, acerca de mi peso, de mi educación. Recuerdo que llegué llorando a casa. Y es que sólo tenía 12 años. Y el resto de las salidas fueron de la misma manera. Criticando, haciéndome sentir tan miserable.
Tan insignificante.
Y yo no sabía como afrontarlo.
Tenía miedo de él.
Sólo quería que me dijera que estaba orgulloso de mí. Pero nunca lo logré. ¡Nunca!.
 Nunca pude alcanzar sus expectativas.
¿Y después de tanto tiempo él sólo viene y decide que quiere arreglar las cosas? ¿Así?
 Quiero gritar porque no me cabe en la cabeza cómo es que puede ser tan cruel.
Miro a mi mamá, y quiero rogarle que me proteja. Que no me deje con él. Rogarle que lo mantenga alejado. Que no me deje cerca de él.
De repente soy la niña de nuevo: Pienso todas esas cosas y las lágrimas amenazan con salirse de mis ojos. Quiero lanzarme a sus brazos y llorar hasta que me quede seca.
Y estoy a punto de hacerlo, pero me doy la vuelta y subo las escaleras hasta mi cuarto.
 Saco el libro de matemáticas de la mochila y leo la misma página tres veces, intentando concentrarme, pero no lo logro. Cierro los ojos y tomo el lápiz para anotar una respuesta que no he sacado.
 Quiero golpearme con la cabeza porque soy una maldita llorona.
Porque no puedo creer que sea tan débil como para echarme a llorar.
Tiro el libro y me permito ser débil por un pequeño ratito. Cubro mi cara con mis manos y me pongo a llorar lo más silencioso que puedo.
Estoy rota.
Y soy la niña de nuevo.
 Me lanzo a la cama y duermo un rato, entre lágrimas. Cuando por fin me quedo seca, alguien abre la puerta. Cierro los ojos y finjo que estoy dormida. Una mano está sobre mi espalda y me la soba un poco. Me doy la vuelta porque pienso que es mamá.
 Pero no lo es.
Es Sara. Está ahí. Y me está viendo.
--¿Recuerdas cuando hace un tiempo me dijiste que si te sentías mal emocionalmente me ibas a llamar? Pues has roto tu promesa.
--¿Quién ha dicho que me siento mal emocionalmente?--Digo.
--Tu rostro: Te ves fatal. Te ves más que fatal. Parece como si te hubieras caído de un acantilado y como si hubieras llorado toda la noche. ¿Que has hecho, eh?
 Me quedo callada unos segundos y luego le doy la espalda de nuevo.
--Lena, ¿Qué pasó?
Suspiro y me vuelvo hacia ella.
--Papá llamó.
--¿De nuevo?
Puedo ver la sorpresa en su ojos.
--Si.
Se queda callada, y puedo ver porqué: El no se había aparecido en un tiempo.
Por un largo tiempo.
--¿Cómo te sientes, Lena?
--Oh, Dios mío, no intentes ser una psicóloga conmigo, Sara. No va a funcionar. Soy tan dura como una roca.
--Yo diría más bien que eres una cabezotas. Ahora dime cómo estás. Estoy intentando ayudar. ¿Cómo te sientes?
--Yo...
Me siento rota.
--Yo...
Estoy destrozada.
--Creo que...
Estoy acabada.
Tengo esa sensación de que me voy a quebrar a llorar. Y entonces caigo en la cuenta de que soy tan deprimente, que me caigo mal.
--Estoy bien.
Pero es mentira.
Miro al techo fijamente, como si fuera la cosa más importante que haya existido en la tierra.
--Odio que seas una psicóloga, Sara. En verdad lo detesto.
--Gracias--Responde ella.
La miro fijamente. Ella levanta una ceja.
--Bien, si no quieres que te terapee, vamos a hacer las cosas de prima a prima.
--¿Me vas a golpear? ¿O qué, me vas a robar mi ropa? Porque ahorita te aviso que mi closet está hecho una porquería. Tardarás semanas en encontrar algo decente.
Ella rueda los ojos.
--Sé que eres tú cuando empiezas a hablar  estúpideces. Significa que estás mejor.
Sonrío.
--Es mi don. ¿A qué te referías con lo de prima a prima?
--Significa que vamos a ir al cine y vamos a comer chucherías hasta que nos duela el estómago. ¿Qué película quieres ver? Sólo tu y yo. Sin los chicos, ¿qué dices?
 La miro.
--Que amable eres... ¿Cuál es el truco?
--No soy Laura.
--¡Ja! ¡Ya lo admitiste! ¡Tu también la odias igual que yo y que todos! ¿Ya le preguntaste si está embarazada?
--No dices más que estúpideces. Cambia de ropa antes de que me arrepienta. ¡Levantate!
 Me levanto con toda la flojera del mundo y abro el armario.
  Sé que va a ser un largo día.

--Sthep Stronger.

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